sábado, 20 de julio de 2013

Los otros gritos. Movimientos sociales e insurrecciones diferentes al 20 de julio


“Todos queremos cambiar el mundo” John Lennon.
En cierta medida, el 20 de julio de 1810 parece una fecha inadecuada para conmemorarse como el día nacional de la “independencia”. En primer lugar, los incidentes del famoso florero y todas las demás acciones de ese día, que todos aprendimos en nuestras clases colegiales de la historia bien llamada “veintejuliera”, solo tuvieron epicentro en Santafé; y en segundo lugar, como ya la mayoría sabe, ese día no se declaró ninguna independencia, sino que solamente se creó un gobierno de locales para guardarle el puesto al Rey de España mientras este estaba preso a manos de Napoleón. 
Si queremos buscar el primer grito de independencia absoluta sería más adecuado remitirnos a la población de Mompós, que el 6 de agosto de ese mismo 1810, fue la primera de la Nueva Granada que se decidió a cortar con el gobierno de España por completo, como también lo haría al año siguiente Cartagena. En Santafé solo se vino a declarar la independencia absoluta en 1813, cuando Antonio Nariño llegó a la presidencia del Estado de Cundinamarca y decidió radicalizar la tibia posición que hasta ese momento tenían los notables criollos con respecto a la Metrópoli.
Y si queremos buscar el primer movimiento “nacional” revolucionario es más conveniente recordar la gran rebelión de los Comuneros de 1781. Este movimiento llegó a congregar a cientos de miles de neogranadinos y no se limitó a ser un recorrido de hombres y mujeres desde el actual Santander hasta Zipaquirá, sino que se extendió hasta cubrir regiones como Antioquia y los Llanos, y hasta Pasto y Popayán llegaron ecos de la insurrección. El conato de revolución se inició cuando el visitador del gobierno español, Gutiérrez de Piñeres, decidió aumentar abruptamente los impuestos de la región para ayudar a cubrir los gastos en los que estaba incurriendo el gobierno peninsular en su guerra contra Inglaterra (por esta misma razón Inglaterra hizo lo propio en las colonias norteamericanas y le costó la independencia de los Estados Unidos). Siendo un pueblo artesano y comerciante, en cierta medida el polo de desarrollo “industrial” más importante del virreinato, el Socorro y sus poblados vecinos entraron en franca rebeldía contra el gobierno español y exigieron una serie de cambios en el manejo político y económico del país. Se suele decir que la rebelión de los Comuneros (muchos la llaman “revuelta”) no fue tan importante porque no pidieron la independencia del Imperio español, pero la verdad es que cuando uno mira de cerca sus Capitulaciones, o pliego de peticiones, firmadas y después traicionadas por el virrey-arzobispo Antonio Caballero y Góngora, se da cuenta de que el cambio político por el que abogaban era mucho más revolucionario que el que llevaron a cabo los criollos de la Junta Suprema de Santafé.
Pero estos momentos no han sido los únicos en los que el pueblo de la actual Colombia se ha levantado pidiendo libertad o una mejor calidad de vida. Si queremos hacer una historia de la rebeldía en nuestro país tendríamos que remontarnos hasta la resistencia que los pueblos indígenas le hicieron a la conquista española en el siglo XVI. Aunque las huestes conquistadoras consiguieron más o menos fácilmente la dominación de los pueblos chibchas en el altiplano central, otra fue la historia de las guerras con los pueblos de raíz Caribe, que hasta el presente se preservan gracias a que nunca se dejaron reducir a encomiendas o a tributo. También dentro de la población africana traída a trabajar como esclava en nuestro territorio se vivió la rebelión, siendo tal vez la más famosa de ellas la de Benkos Biohó, proveniente de una familia real de Guinea, que no se dejó esclavizar y terminó fundando varios palenques y dando origen a San Basilio de Palenque, que en el presente se ha erigido como patrimonio de la humanidad.
Ya en la República, después de que el proceso de Independencia no cambiara profundamente el orden social del país, se dieron otros levantamientos y movimiento sociales que sacudieron nuestra historia, y que son dignos de recordar. En este artículo no voy a hablar de las supuestas “insurrecciones y revoluciones” impulsadas por los señores de la guerra, que van desde los federalistas y centralistas del siglo XIX hasta los actores armados del presente, que en dos siglos de vida independiente no han hecho sino inundar al país de sangre sin grandes cambios sociales, y que se han dedicado a practicar lo que un visitante extranjero alguna vez llamó “la principal industria colombiana”: las guerras civiles. Son más interesantes los levantamientos sociales salidos de la entraña misma del pueblo, de las amas de casa y de los trabajadores del común, cuando ven afectados sus medios más básicos de sostenimiento y de manutención de sus familias, pues las masas no han salido a las calles en las grandes revoluciones de la historia en nombre de ideales abstractos, sino porque la despensa estaba vacía en casa.
Así reaccionaron en nuestro país los artesanos que protestaron contra el libre comercio con Europa en el siglo XIX, pues la importación de productos manufacturados sin mayores impuestos significaba su ruina irremediable, al punto de que llegaron a apoyar un golpe de Estado, rápidamente conjurado, propinado por el general José María Melo contra José María Obando en 1854, pues el primero estaba a favor del proteccionismo económico y el segundo, del libre cambio. (Resulta paradójico que mientras que los ideales impulsados por las élites en el 20 de julio y en la Independencia de 1810 eran de libertad de comercio con el extranjero, la mayoría de revueltas populares de los siguientes dos siglos han sido precisamente a favor del proteccionismo económico). De igual manera reaccionaron los sastres de Bogotá que marcharon en 1919 exigiendo que el gobierno no importara los uniformes del ejército sino que se los encargara a ellos. Esta marcha resultó en la matanza de una decena de trabajadores, dando inicio a una serie de represiones que durante el siglo XX intentaron ahogar los gritos de rebeldía que el pueblo lanzaba por las represiones políticas y económicas. Reprimidos militarmente también fueron los famosos trabajadores de las bananeras, que en 1928 se fueron a la huelga contra la United Fruit Company y fueron masacrados en un número aún no determinado, pero que ha dado para todo tipo de reminiscencias, tanto históricas como literarias.
En la década de 1930 se dio en Colombia tal vez la única “revolución” que haya triunfado con ese nombre en la política nacional: la “revolución en marcha” del presidente Alfonso López Pumarejo. Sin embargo, la modernización política y económica que trajo el líder del Partido Liberal no alcanzó a dejar satisfechas a las grandes masas empobrecidas, que rápidamente encontraron en Jorge Eliécer Gaitán un caudillo que sí prometía grandes cambios sociales, los mismos que estaban pendientes desde la Independencia. Sin embargo, Gaitán fue asesinado y una feroz contrarrevolución, que buscaba acabar con el legado tanto de López como de Gaitán, se vivió en Colombia durante La Violencia y el Frente Nacional.


Las últimas décadas del siglo XX fueron en Colombia las del enfrentamiento entre las guerrillas armadas y las fuerzas del Estado, con un legado sangriento y un callejón sin salida que todos conocemos. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, los que se indignan por el precio de la comida y la falta de trabajo, pero no quieren tener nada que ver con armas ni con guerras, siguen buscando el modo de que sus peticiones sean escuchadas y respetadas, como lo deben ser en una democracia. Son estas últimas las masas indignadas que están saliendo a las calles y sacudiendo al mundo en la actualidad, en una nueva oleada revolucionaria que inevitablemente, al igual que lo han hecho durante siglos, terminará cambiando el futuro.        

                                                                   Por: Nicolás Pernett. Historiador                                                                                                                  

jueves, 18 de julio de 2013

1990 EL FIN DEL APARTHEID: EL NACIMIENTO DE LA NACIÓN ARCOIRIS


El Apartheid, que en lengua afrikáans significa "separación", fue un sistema de segregación racial que afectó a la población negra de Sudáfrica desde 1948, cuando el Partido Nacional lo impuso como política oficial. Este sistema, que marginó a la mayor parte de la población sudafricana y la mantuvo en condiciones de miseria, se prolongó hasta 1990. La presión internacional y los movimientos internos de resistencia condujeron a su desmantelamiento y al posterior proceso de  transición a la democracia, impulsados por el luchador social Nelson Mandela.
 Sudáfrica había sido colonizada por blancos desde el siglo XVII, cuando llegaron los primeros inmigrantes holandeses. En el siglo XIX se convirtió en colonia británica tras el triunfo de los ingleses en esta zona. En 1910 Sudáfrica obtuvo autonomía limitada. Con ello inició un período en que ingleses y Boers (los descendientes de holandeses) compartieron el poder. Ambos velaron por el mantenimiento y consolidación de la hegemonía blanca. El racismo como manifestación de poder y superioridad, era desde hacía mucho tiempo una práctica habitual de la minoría blanca sudafricana. La legalización del Apartheid dividió profundamente a la sociedad. De su institucionalización surgió una estricta reglamentación que reducía al mínimo el contacto entre las razas, restringiendo a los negros la entrada y salida de las ciudades, su  tránsito y movilidad en ellas y los lugares u oficinas públicas a donde podían entrar. Jurídicamente, el Apartheid prohibía a los negros la tenencia de tierras en zonas residenciales de blancos, así como el ejercicio de profesiones o la apertura de negocios que representaran competencia o que se instalaran igualmente en  lugares restringidos. Los negros tampoco podían votar ni ser elegidos para puestos públicos. Sus derechos eran limitados y desde 1959 no eran reconocidos como ciudadanos sudafricanos.
 En 1960 en Sharpeville, tuvo lugar la primera gran manifestación en contra del Apartheid, que concluyó con la matanza de al menos 69 personas. A partir de ese momento, la lucha por los derechos de los sudafricanos, la caída del Apartheid y la democracia se convirtieron en los objetivos fundamentales para líderes como Nelson Mandela, quien pasó 27 años en prisión por su abierta oposición al régimen racista. Por otro lado, la opinión pública internacional comenzó a presionar y a censurar al gobierno sudafricano por sus acciones. En 1961 Sudáfrica fue expulsada de la Commonwealth. En 1972 se le excluyó de los Juegos Olímpicos de Múnich y, en 1977, el régimen sudafricano fue oficialmente condenado por la comunidad occidental y castigado con un embargo de armas y material militar. En 1985 la ONU convocó a un embargo económico al que se sumaron muchos países que incluso retiraron sus empresas e inversiones de Sudáfrica. Todo esto provocó una grave crisis que llevó a la intensificación de los disturbios civiles y obligó a las autoridades sudafricanas a aplicar algunas reformas. En 1989, Frederik de Klerk asumió la presidencia y, sin más alternativa, inició el desmantelamiento del Apartheid. Mandela fue liberado y llamado a jugar un rol fundamental debido al peso de su figura y su poder de convocatoria. En 1994 participó como candidato a la presidencia, cargo que obtuvo por mayoría absoluta. Con él, la población negra recuperó sus derechos civiles y políticos y Sudáfrica se convirtió en una República multirracial que busca convivir en el respeto por la diversidad de los pueblos que la conforman, por lo que se le ha llamado desde entonces la nación del arcoíris.



Casa de la Historia

NELSON MANDELA: EL MAESTRO DE LA LIBERTAD.



Nelson Mandela es uno de los hombres más importantes de nuestra época. La defensa por los derechos y la libertad de su pueblo lo ha consagrado como uno de los símbolos de la paz en el mundo. Nació el 18 de julio de 1918 en un pequeño poblado llamado Mvezo, provincia oriental del Cabo en Sudáfrica. Es abogado de profesión y líder social. Por su activismo en contra de las medidas de discriminación racial impuestas por el sistema del Apartheid en Sudáfrica, fue condenado a prisión en donde pasó 27 largos años.
Durante este tiempo, Mandela practicó y perfeccionó su ideología sobre el respeto hacia el otro y la reconciliación, inspirado en Gandhi, lo que le ayudó a  sobreponerse a las condiciones de humillación a las que se sometía a los prisioneros de la isla de Robben. En 1990 Frederik de Klerk, entonces presidente de la República de Sudáfrica, anunció la liberación de Mandela ante las medidas de presión que ejerció la comunidad internacional. Para entonces, el sistema de segregación racial del Apartheid era insostenible y la desmantelación de todas estas estructuras parecía inminente. Mandela asumió el reto de guiar a su pueblo hacia una nueva vida como nación a través del camino de la reconciliación entre blancos y negros. En 1993 recibió el Premio Nobel de la Paz que compartió con De Klerk y en 1994 asumió la presidencia de su país. Al término de su periodo presidencial, Mandela se retiró de la política dejando para su país un legado de democratización que ha sido ejemplo para el resto del mundo.
Desde entonces, Mandela se convirtió en vida en una figura representativa de la paz y en un referente de autoridad indiscutible sobre la defensa de la libertad y la igualdad. Saludemos hoy a Madiba en su cumpleaños 95 con un profundo agradecimiento por la insigne epopeya libertaria que lideró y por las enseñanzas que deja a todas las generaciones.
Luz de María Muñoz

Casa de la Historia

lunes, 8 de julio de 2013

THOREAU, Henry D., Desobediencia civil y otros escritos.

Henry David Thoreau nació el 12 de julio de 1817, en Concord (Massachusetts). Es recordado por ser autor de ensayos, poemas y conferencias; y también por haber dedicado muchos de sus textos a criticar las inconsistencias del naciente Estado norteamericano, encabezado por hombres que, a la vez que señalaban a América como la tierra de la libertad, mantenían vigente la esclavitud y no tenían ningún reparo en invadir a países vecinos (como lo fue en el caso de México, entre 1846 y 1848). Aunque más que sólo criticar la política y los políticos de su tiempo, Thoreau es reconocido como defensor del derecho a pensar por sí mismo. En este sentido, otorga un valor supremo a la conciencia de cada individuo, elevándola por encima de los principios establecidos por las leyes. Así lo afirma en Desobediencia Civil, su texto más conocido, “creo que debiéramos ser hombres primero y ciudadanos después. Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en cada momento lo que crea justo.”
El libro que aquí reseñamos está compuesto por cuatro ensayos. El orden en el que se presentan no es cronológico, sino que obedece, más bien, a un orden lógico. El primero de los ensayos, Una vida sin principios, puede verse como una declaración de principios o actitudes éticas fundamentales, que se verán desarrolladas a lo largo de los tres ensayos restantes, Desobediencia Civil, La esclavitud en Massachusetts y Apología del Capitán Brown.
El primer ensayo, Una vida sin principios, pese a la importancia que tienen a la hora de reconocer las bases fundamentales del pensamiento de Thoreau, no es el más conocido. Fue publicado por primera vez en el Atlantic Monthly, en octubre de 1863, a poco más de un año de la muerte del autor. Aquí, el tema central que lo ocupa es la preocupación en torno al modo y la forma como se nos va la vida. En relación a esto, podemos leer en este ensayo afirmaciones como: “Los caminos por los que se consigue dinero, casi sin excepción, nos empequeñecen. Haber hecho algo por lo que tan solo se percibe dinero es haber sido un auténtico holgazán o peor aún.” “No contrates a un hombre que te hace el trabajo por dinero, sino a aquél que lo hace porque le gusta.” “Un hombre eficiente y valioso hace lo que sabe hacer, tanto si la comunidad le paga por ello como si no le paga.” “Si tuviera que vender mis mañanas y mis tardes a la sociedad, como hace la mayoría, estoy seguro de que no me quedaría nada por lo que vivir.” “No hay mayor equivocación que consumir la mayor parte de la vida en ganarse el sustento. […] Debéis ganaros la vida amando.” “Deberíamos tratar nuestras mentes, es decir, a nosotros mismos, como a niños inocentes e ingenuos y ser nuestros propios guardianes, y tener cuidado de prestar atención sólo a los objetos y los temas que merezcan la pena. No leáis el Times, leed el Eternidades.”

El segundo ensayo presente en este libro, La desobediencia civil (también conocido como “Sobre el deber de la desobediencia civil”) vio por primera vez la luz en las páginas del Aesthetic Papers, en mayo de 1849. Es éste el escrito más conocido e influyente de Thoreau, tanto que hasta el mismo Gandhi, en carta al presidente F. D. Roosevel, confiesa que ha logrado influenciar su pensamiento. Fue escrito en un momento en el que Estados Unidos estaba en guerra con México; una guerra que no sólo traería como resultado la anexión de vastos territorios otrora mexicanos, sino que le permitiría a Thoreau poner en evidencia las inconsistencias entre los ideales de la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos, y las prácticas del gobierno y los ciudadanos de la Unión Americana. Es así que afirma: “Miles de personas están, en teoría, en contra de la esclavitud y la guerra, pero de hecho no hacen nada por acabar con ellas; miles que se consideran hijos de Washington y Franklin, se sientan con las manos en los bolsillos y dicen que no saben qué hacer, y no hacen nada; miles que incluso posponen la cuestión de la libertad a la cuestión del mercado libre y leen en silencio las listas de precios y las noticias del frente de Méjico tras la cena, e incluso caen dormidos sobre ambos. ¿Cuál es el valor de un hombre honrado y de un patriota hoy? Dudan y se lamentan y a veces redactan escritos, pero no hacen nada serio y eficaz. Esperarán con la mayor disposición a que otros remedien el mal, para poder dejar de lamentarse. Como mucho, depositan un simple voto y hacen un leve signo de aprobación y una aclamación a la justicia al pasar por su lado. Por cada hombre virtuoso, hay novecientos noventa y nueve que alardean de serlo, y es más fácil tratar con el auténtico poseedor de una cosa que con los que pretenden tenerla.”
Es precisamente esta inconsistencia e incoherencia entre principios y prácticas, sobre la que Thoreau basa buena parte de su argumentación a favor de la desobediencia civil: “Bajo un gobierno como este nuestro, muchos creen que deben esperar hasta convencer a la mayoría de la necesidad de alterarlo. […] Lo que tengo que hacer es asegurarme de que no me presto a hacer el daño que yo mismo condeno.” Más adelante añade: “Si mil hombres dejaran de pagar sus impuestos este año, tal medida no sería ni violenta ni cruel, mientras que si los pagan, se capacita al Estado para cometer actos de violencia y derramar la sangre de los inocentes. Esta es la definición de una revolución pacífica, si tal es posible.” Y concluye: “Me complazco imaginándome un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo. Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, tan solo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo. Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso aún, el cual también imagino a veces, pero todavía no he vislumbrado por ninguna parte.”
En los dos ensayos restantes (La esclavitud en MassachusettsLa esclavitud en Massachusetts y Apología del capitán John Brown) Thoreau habla de la necesidad de una ampliación efectiva de los derechos fundamentales e inalienables consagrados desde la Declaración de Independencia. Fundamenta su ataque a la esclavitud a partir de la exigencia de respeto por la dignidad de cada persona humana, independientemente de su condición. Así mismo, Thoreau se indigna ante los atropellos y abusos de los políticos en el poder y de los jueces de los altos tribunales, así como ante el servilismo de los periódicos frente a los gobiernos de turno. Y su reclamo, más que recurrir a argumentos políticos o económicos, apela a la igualdad entre seres humanos: “Quisiera recordarles a mis compatriotas que ante todo deben ser hombres, y americanos después, cuando así lo convenga. No importa lo valiosa que sea la ley para proteger las propiedades e incluso para mantener unidos el cuerpo y el alma, si no nos mantiene unidos a toda la humanidad.”

A pesar de que los ensayos que componen este libro fueron escritos hace poco más de siglo y medio, su vigencia se mantiene. Son textos que nos suenan aún familiares, cercanos, parte incluso de nuestras ideas. Textos cuyo contexto histórico nos permite percibir la valentía y la sensatez de una persona capaz de ver más allá de los destellos de la deslumbrante promesa de vivir en el país de la Libertad. Son también una invitación a escuchar nuestras propias conciencias, a observar el mundo con nuestros propios ojos y no a través de lo que los demás quieran que veamos. Son, en fin, un camino que nos conduce a nuestra libertad, con toda la responsabilidad que ello implica, como seres humanos, más allá de las diferencias, las ambiciones y los prejuicios que nos separan y que nos impiden constituirnos como una comunidad verdaderamente humana.
THOREAU, Henry D., Desobediencia civil y otros escritos. Madrid, Editorial Tecnos S.A., 1994 [1849-1863]. Estudio preliminar y notas de Juan José Coy. Traducción de Marián Eugenia Díaz. 152 págs.

Por: Juan Camilo Biermann 
Historiador de la Casa de la Historia
Junio de 2013