“Todos queremos cambiar el mundo” John Lennon.
En cierta medida, el 20 de julio de 1810 parece una
fecha inadecuada para conmemorarse como el día nacional de la “independencia”.
En primer lugar, los incidentes del famoso florero y todas las demás acciones
de ese día, que todos aprendimos en nuestras clases colegiales de la historia
bien llamada “veintejuliera”, solo tuvieron epicentro en Santafé; y en segundo
lugar, como ya la mayoría sabe, ese día no se declaró ninguna independencia,
sino que solamente se creó un gobierno de locales para guardarle el puesto al
Rey de España mientras este estaba preso a manos de Napoleón.
Si queremos buscar el primer grito de independencia
absoluta sería más adecuado remitirnos a la población de Mompós,
que el 6 de agosto de ese mismo 1810, fue la primera de la Nueva Granada que se
decidió a cortar con el gobierno de España por completo, como también lo haría
al año siguiente Cartagena. En Santafé solo se vino a declarar la independencia
absoluta en 1813, cuando Antonio Nariño llegó a la presidencia del Estado de
Cundinamarca y decidió radicalizar la tibia posición que hasta ese momento
tenían los notables criollos con respecto a la Metrópoli.
Y si queremos buscar el primer movimiento “nacional”
revolucionario es más conveniente recordar la gran rebelión de los Comuneros de
1781. Este movimiento llegó a congregar a cientos de miles de neogranadinos y
no se limitó a ser un recorrido de hombres y mujeres desde el actual Santander
hasta Zipaquirá, sino que se extendió hasta cubrir regiones como Antioquia y
los Llanos, y hasta Pasto y Popayán llegaron ecos de la insurrección. El conato
de revolución se inició cuando el visitador del gobierno español, Gutiérrez de
Piñeres, decidió aumentar abruptamente los impuestos de la región para ayudar a
cubrir los gastos en los que estaba incurriendo el gobierno peninsular en su
guerra contra Inglaterra (por esta misma razón Inglaterra hizo lo propio en las
colonias norteamericanas y le costó la independencia de los Estados Unidos).
Siendo un pueblo artesano y comerciante, en cierta medida el polo de desarrollo
“industrial” más importante del virreinato, el Socorro y sus poblados vecinos
entraron en franca rebeldía contra el gobierno español y exigieron una serie de
cambios en el manejo político y económico del país. Se suele decir que la
rebelión de los Comuneros (muchos la llaman “revuelta”) no fue tan importante
porque no pidieron la independencia del Imperio español, pero la verdad es que
cuando uno mira de cerca sus Capitulaciones, o pliego de peticiones, firmadas y
después traicionadas por el virrey-arzobispo Antonio Caballero y Góngora, se da
cuenta de que el cambio político por el que abogaban era mucho más
revolucionario que el que llevaron a cabo los criollos de la Junta Suprema de
Santafé.
Pero estos momentos no han sido los únicos en los que
el pueblo de la actual Colombia se ha levantado pidiendo libertad o una mejor
calidad de vida. Si queremos hacer una historia de la rebeldía en nuestro país
tendríamos que remontarnos hasta la resistencia que los pueblos indígenas le
hicieron a la conquista española en el siglo XVI. Aunque las huestes
conquistadoras consiguieron más o menos fácilmente la dominación de los pueblos
chibchas en el altiplano central, otra fue la historia de las guerras con los
pueblos de raíz Caribe, que hasta el presente se preservan gracias a que nunca
se dejaron reducir a encomiendas o a tributo. También dentro de la población
africana traída a trabajar como esclava en nuestro territorio se vivió la rebelión,
siendo tal vez la más famosa de ellas la de Benkos Biohó, proveniente de una
familia real de Guinea, que no se dejó esclavizar y terminó fundando varios
palenques y dando origen a San Basilio de Palenque, que en el presente se ha
erigido como patrimonio de la humanidad.
Ya en la República, después de que el proceso de
Independencia no cambiara profundamente el orden social del país, se dieron
otros levantamientos y movimiento sociales que sacudieron nuestra historia, y
que son dignos de recordar. En este artículo no voy a hablar de las supuestas
“insurrecciones y revoluciones” impulsadas por los señores de la guerra, que
van desde los federalistas y centralistas del siglo XIX hasta los actores
armados del presente, que en dos siglos de vida independiente no han hecho sino
inundar al país de sangre sin grandes cambios sociales, y que se han dedicado a
practicar lo que un visitante extranjero alguna vez llamó “la principal
industria colombiana”: las guerras civiles. Son más interesantes los
levantamientos sociales salidos de la entraña misma del pueblo, de las amas de
casa y de los trabajadores del común, cuando ven afectados sus medios más
básicos de sostenimiento y de manutención de sus familias, pues las masas no
han salido a las calles en las grandes revoluciones de la historia en nombre de
ideales abstractos, sino porque la despensa estaba vacía en casa.
Así reaccionaron en nuestro país los artesanos que
protestaron contra el libre comercio con Europa en el siglo XIX, pues la
importación de productos manufacturados sin mayores impuestos significaba su
ruina irremediable, al punto de que llegaron a apoyar un golpe de Estado,
rápidamente conjurado, propinado por el general José María Melo contra José
María Obando en 1854, pues el primero estaba a favor del proteccionismo
económico y el segundo, del libre cambio. (Resulta paradójico que mientras que
los ideales impulsados por las élites en el 20 de julio y en la Independencia
de 1810 eran de libertad de comercio con el extranjero, la mayoría de revueltas
populares de los siguientes dos siglos han sido precisamente a favor del
proteccionismo económico). De igual manera reaccionaron los sastres de Bogotá
que marcharon en 1919 exigiendo que el gobierno no importara los uniformes del
ejército sino que se los encargara a ellos. Esta marcha resultó en la matanza
de una decena de trabajadores, dando inicio a una serie de represiones que
durante el siglo XX intentaron ahogar los gritos de rebeldía que el pueblo
lanzaba por las represiones políticas y económicas. Reprimidos militarmente
también fueron los famosos trabajadores de las bananeras, que en 1928 se fueron
a la huelga contra la United Fruit Company y fueron masacrados en un número aún
no determinado, pero que ha dado para todo tipo de reminiscencias, tanto
históricas como literarias.
En la década de 1930 se dio en Colombia tal vez la
única “revolución” que haya triunfado con ese nombre en la política nacional:
la “revolución en marcha” del presidente Alfonso López Pumarejo. Sin embargo,
la modernización política y económica que trajo el líder del Partido Liberal no
alcanzó a dejar satisfechas a las grandes masas empobrecidas, que rápidamente
encontraron en Jorge Eliécer Gaitán un caudillo que sí prometía grandes cambios
sociales, los mismos que estaban pendientes desde la Independencia. Sin
embargo, Gaitán fue asesinado y una feroz contrarrevolución, que buscaba acabar
con el legado tanto de López como de Gaitán, se vivió en Colombia durante La
Violencia y el Frente Nacional.
Las últimas décadas del siglo XX fueron en Colombia
las del enfrentamiento entre las guerrillas armadas y las fuerzas del Estado,
con un legado sangriento y un callejón sin salida que todos conocemos. Mientras
tanto, los ciudadanos de a pie, los que se indignan por el precio de la comida
y la falta de trabajo, pero no quieren tener nada que ver con armas ni con
guerras, siguen buscando el modo de que sus peticiones sean escuchadas y
respetadas, como lo deben ser en una democracia. Son estas últimas las masas
indignadas que están saliendo a las calles y sacudiendo al mundo en la
actualidad, en una nueva oleada revolucionaria que inevitablemente, al igual
que lo han hecho durante siglos, terminará cambiando el futuro.
Por: Nicolás Pernett. Historiador