Sin duda, una de
las épocas más oscuras de la historia reciente de la humanidad fue la primera
mitad del siglo XX, en donde nefastos personajes con discursos incendiarios de
odio e intolerancia, sumieron al mundo en terribles guerras que atropellaron
la dignidad humana. Después de la
Segunda Guerra Mundial, las naciones creyeron necesario establecer un código
ético que sirviera como manifiesto para contrarrestar tanta barbarie y mediante
el cual se rescataran y reconocieran los derechos inalienables e intrínsecos de
la humanidad. Era necesario además que este manifiesto tuviera alcance internacional. Con este
propósito, la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) constituyó una comisión integrada por destacadas
personalidades para redactar la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El documento
resultante es un manifiesto de buena
voluntad que fue aprobado por los países miembros. Y, a pesar de que la
Declaración carece de obligatoriedad y
de fuerza vinculante, desde el primer momento se convirtió en la hoja de ruta esencial en el desarrollo de mecanismos de protección
de los derechos humanos en el mundo, así como en la base y fundamento para la
legislación interna de muchos países.
Hoy nos aterra
pensar en la esclavitud, en la Inquisición, en los campos de concentración y en
todos los horrores cometidos durante los procesos de colonización, cuyas
múltiples violencias hacia los Derechos Humanos fueron legitimadas en el pasado
por los estados. Hoy, gracias a que contamos con nuevos referentes éticos y con
nuevos marcos legales, la sociedad ha aceptado la misión de resguardar la
dignidad humana y señalar su vulneración como algo inadmisible para cualquier
estado de derecho. Así, la fundamentación de los derechos humanos se encuentra
consagrada en la Declaración Universal, pero la lucha por su defensa es una
tarea permanente que compromete a todos los seres humanos.
Diana Buritica Pineda
10 Diciembre 2012
Diana Buritica Pineda
10 Diciembre 2012
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