Por:
Luz de María Muñoz.
Es muy probable
que para las nuevas generaciones no alemanas,
oír hablar sobre la Caída del Muro de Berlín sea como hablar de la
Segunda Guerra Mundial, de la Conquista española en América o de cualquier otro
hecho histórico. Aun cuando no han
pasado sino apenas 23 años desde que sucedió, es pertinente recordar que ese
jueves 9 de noviembre de 1989, el mundo entero contempló atónito cómo una
muchedumbre incontenible arrancaba pedazos de lo que había sido por cerca de
tres décadas, el ícono indiscutible de la polarización mundial entre dos
bandos. El Muro de Berlín era la representación de la Guerra Fría, del choque
político, económico y cultural entre el bloque capitalista y el socialista,
pero más aún: era el símbolo de las profundas divisiones ideológicas que
surgieron al término de la Segunda Guerra Mundial.
Desde que el
muro se levantó de manera dramática en 1961, no sólo los alemanes y,
concretamente los berlineses, sufrieron en carne propia las consecuencias del
distanciamiento, la guerra sicológica y el permanente estado de tensión que
generó una paranoia descontrolada de uno y otro lado, sino que esta
polarización, esta concepción maniquea del mundo, dividido solamente entre
buenos y malos, produjo una geopolítica que una vez caído el muro, se desbarató
y cuyo reordenamiento no termina de cuajar.
Es decir, las
consecuencias inmediatas de la caída del muro fueron, en primer lugar, la
desaparición de la Unión Soviética y con ella, la del régimen socialista, pero
a la larga representó el nacimiento de nuevas repúblicas que habían sido
absorbidas por el bloque soviético, así como un desequilibrio económico que
dejó al capitalismo sin antagonista y a sus anchas para obrar en la política
mundial. Fue también motivo de otro tipo de conflictos en países que sin ser
socialistas habían contado con el apoyo de la URSS, como sucedió con algunas
naciones del Medio Oriente.
La necesidad de contar
con algún tipo de freno a las políticas imperialistas de Estados Unidos
incentivó la consolidación de la Unión Europea, que en 1992 celebró el Tratado
de Masstricht con la finalidad de generar un bloque de naciones que equilibrara
la situación. Otros tantos reacomodos hubo en América Latina y en el mundo
quedaron apenas algunos bastiones comunistas como lo son aun Cuba y China.
Sin embargo, de acuerdo con algunos historiadores, la caída del Muro representó el fin abrupto de
un convulso siglo XX. Así, lo que el Muro se llevó fue, a final de cuentas, un
orden y una concepción del mundo que nuestros padres conocieron y que al
romperse en 1989 dejó trozos con los cuales todavía hoy es difícil construir el
futuro.
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