EL HALLOWEEN ENTRE NOSOTROS
Por: Hist. Luz de
María Muñoz.
En estos días, más que fuerzas
extrañas u oscuras, se apodera de nosotros un ansia festiva y lúdica. Pensamos
sobre cuál sería el mejor disfraz para este año y poco a poco nos embarga una
sensación de euforia. Salir a la calle transformados para dejar escapar al
estrés, hacer bulla, reir… y el 31 de octubre,
“víspera del Día de Todos los Santos”, mejor conocida como Halloween
nos da la oportunidad ideal. Lo curioso es que, a pesar de todas las múltiples
transformaciones que esta celebración ha tenido desde sus orígenes, así como
del fenómeno de comercialización de que ha sido objeto en las décadas
recientes, el Halloween conserva el elemento de bullicio que tuvo en un inicio.
Los antiguos celtas celebraban en
la noche del 31 de octubre una importante fiesta llamada Samhain con la que marcaban el inicio del año nuevo y hacían un
balance de los abastecimientos de alimentos y ganado que les ayudarían a
sobrevivir el crudo invierno, pero también era una ceremonia en donde se buscaba ahuyentar a los
espíritus malignos que en aquél día lograban cruzar la dimensión que los
separaba de los vivos. La relación con los muertos deriva posiblemente del
hecho de que para los pueblos nórdicos de Europa, el invierno podía traer la
muerte para los miembros más débiles de la comunidad, como niños, enfermos o
ancianos. El invierno es también el periodo de mayor oscuridad en aquellas
latitudes. Los días se acortan y no sólo no hay vegetación disponible, sino que
la luz solar es débil y corta. De esta forma, los druidas o sacerdotes celtas
encendían enormes hogueras y la gente bailaba y gritaba ataviada con vestidos de
pieles y máscaras de animales feroces, haciendo mucho ruido para confundir a
los espíritus y alejarlos.
Posteriormente, con la llegada de
los romanos, la fiesta del Samhain se fusionó con la fiesta romana de la
cosecha, patrocinada por Pomona, la diosa de los frutos. Pero una vez que el
cristianismo llegó, las fiestas paganas debieron transformarse una vez más.
Así, el clero no pudo eliminar esta antigua celebración, pues se mantenía muy
arraigada entre los pueblos que se estaban convirtiendo a la nueva religión.
Decidieron entonces trasladar la celebración del Día de Todos los Santos al 1
de noviembre y el 31 de octubre se mantuvo como “la víspera”, de donde viene su
nombre: All Hallows Even. Fueron los
irlandeses, quienes por su origen celta conservaron con mayor cercanía los
elementos primigenios de la fiesta original, aunque ahora con un sesgo
cristiano y la celebraron desde entonces.
Entre 1840 y 1845 hubo en Irlanda
una gran hambruna que obligó a millones de personas a migrar hacia otros
países. Muchos llegaron a Estados Unidos y a través de ellos, la celebración
del Halloween. La popularidad del Halloween en Estados Unidos se dio durante
los años veinte del siglo pasado y su impacto internacional, a partir de la
década de 1980 cuando las películas de terror invadieron las salas de cine del
mundo.
En resumen y a manera de
reflexión, podríamos decir que la presencia de esta fiesta entre
nosotros, colombianos y latinos, además de ser el pretexto ideal para desplegar
nuestra creatividad con disfraces, fiestas y actividades para los niños, el
Halloween es también una forma de conjurar nuestros miedos más profundos.
Aprovechemos entonces la ocasión para unirnos a esta catarsis colectiva, alejar
a los espíritus que nos inquietan y en cambio, recordar a los seres amados que
nos han dejado, cerrando un periodo e iniciando uno nuevo, liberados del miedo
al cambio, a lo desconocido, a lo
diferente y sobre todo, liberados del miedo al encuentro con nuestro prójimo.
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