Los carnavales son una fiesta de origen pagano que se llevan a cabo en
muchos países del mundo católico durante los días previos al miércoles de
ceniza. Aún hoy, estas fiestas representan una catarsis colectiva de liberación
en donde prevalece la alegría, la música y el frenesí de la celebración.
Estas prácticas se venían
realizando en Europa desde tiempo muy antiguo. Entre los griegos y los romanos
eran fiestas en honor de Dionisos
(llamado Baco por los romanos) caracterizadas por el consumo de vino y la búsqueda
del delirio místico con danzas y música, que ya incluso resultaban escandalosas
para los graves patricios romanos. Posteriormente, aun con la cristianización
del Imperio, la fiesta de celebración a Baco permaneció fuertemente arraigada
entre la gente, de tal forma que ya en la Europa cristiana de la Edad Media,
particularmente en Roma y en Venecia, había manifestaciones populares que
recordaban singularmente a la antigua celebración dionisiaca y que se
realizaban como preparación para el tiempo del Carne-levare o “tiempo sin
carne” (la cuaresma), siendo esta una de
las posibles etimologías de la palabra “carnaval”.
Sin duda el de Brasil es de los
carnavales más importantes de América Latina y quizá también el más conocido en
el mundo gracias a su fastuosidad y a su característica música samba. Colombia
sin embargo, no se queda atrás, pues el Carnaval de Barranquilla no sólo es
Patrimonio Cultural de la Nación, sino que ya en el año 2003 fue declarado
por la UNESCO como Obra Maestra del
Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Además, Barranquilla festeja en
esta ocasión su Bicentenario, de manera que nos invita a gozar doblemente con
su fiesta alegre, diversa y multicolor.
Luz de María Muñoz
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