En este libro, John Carlin se pregunta por la
forma como Nelson Mandela consiguió ganarse el corazón de sus más acérrimos
enemigos, apelando a ese lado positivo del ser humano, que el mismo Carlin
denomina como el factor humano que hizo posible el milagro sudafricano. Este
libro abarca el periodo comprendido entre 1985 y 1995, lapso a lo largo del
cual Mandela pasa de ser un preso político del apartheid, a ser el presidente de una Sudáfrica unida bajo una nueva bandera.
El relato comienza describiendo
la mañana del 24 de junio de 1995 (día del partido de la final de la Copa del
Mundo de rugby). Se ve a un Mandela que mantiene sus viejas costumbres
(cultivadas tanto a lo largo de su vida revolucionaria, como de las casi tres
décadas que permaneció en prisión). Junto a él, Carlin empieza a presentar a
otros personajes que jugaron un papel muy importante en el proceso de
transformación en Sudáfrica. Entre ellos, el general Constand Viljoen, el
ministro Niël Barnard, el capitán del equipo de rugby de Sudáfrica, François
Pienaar, el arzobispo Desmond Tutu, el ministro Kobie Coetsee y el presidente
P. W. Botha.
Afirma el autor que, para 1985,
“los espectadores de televisión de todo el mundo, se acostumbraron a ver a
Sudáfrica como un país de barricadas humeantes en el que los jóvenes negros
lanzaban piedras contra policías blancos armados de fusiles, en el que los
vehículos blindados de la FDSA [Fuerza de Defensa Sudafricana – Ejército]
avanzaban como naves extraterrestres sobre muchedumbres negras aterrorizadas.”
(p. 35) Es en ese año, bajo esas condiciones, que Mandela lanza su ofensiva de
paz. Empieza con una serie de reuniones secretas que sostiene con el ministro
de Justicia y Prisiones, Kobie Coetsee. Sin embargo, estos primeros intentos de
diálogo con el gobierno tienen un gran antecedente, que no es otro sino el
trabajo que Mandela va desarrollando desde la cárcel misma, tomándola como
escenario político; pero también, aprovechando el tiempo de encierro para
conocer mejor la historia y la lengua de los afrikáners (población blanca de origen
holandés, que constituían el 65% de la población blanca sudafricana, y que
mantenían el control del poder político del país), bajo la premisa de que
“cualquier solución que se encontrara para los problemas africanos iba a tener
que contar con los afrikáners” (p. 44).
A la hora de referirse a los
afrikáners, Carlin afirma: “Tenían su cristianismo de Antiguo Testamento,
llamado Iglesia Holandesa Reformada; y tenían su religión laica, el rugby, que
era para los afrikáners lo que el fútbol para los brasileños. Y, cuanto más de
derechas eran los afrikáners, más fundamentalista su fe en Dios, más fanática
era su afición al deporte. Temían a Dios, pero amaban el rugby, sobre todo
cuando llevaba camiseta de los Springboks [nombre del equipo de rugby de Sudáfrica].”
(p. 63).
Tras las primeras reuniones con
Kobie Coetsee, Mandela tiene la oportunidad de reunirse con Niël Barnard, jefe
del Servicio Nacional de Inteligencia. Los buenos resultados que consigue le
permiten, más adelante, reunirse con el mismo P. W. Botha, presidente de
Sudáfrica en ese momento. Tras las reuniones con este último, concluye el
trabajo político de Mandela tras las rejas. Hasta ese punto, ha logrado ganarse
desde sus carceleros inmediatos (como Christo Brand y Jack Swart), a los jefes
de la prisión (como el coronel Badenhorst y el mayo Van Sittert), hasta
alcanzar a figuras como Coetsee, Barnard y el mismo Botha. Sostiene Carlin: “El
siguiente paso era salir de la cárcel y empezar a ejercer su magia con la
población en general, ampliar su ofensiva de seducción hasta que abarcase a
toda Sudáfrica.” (p. 84).
Con la inminente liberación de
Mandela (que se alcanzará finalmente en febrero de 1990), empiezan a salir a la
luz los grandes miedos y temores de la población blanca, en particular la afrikáner.
Tal liberación vino acompañada, por un lado, de nutridas concentraciones
públicas de gentes que veían en Mandela su esperanza de derrotar el apartheid.
Y por el otro lado, también dio pie para que se presentaran manifestaciones de
la derecha blanca. Sobre esto último, Carlin explica: “Aquella gente temía
estar a punto de perderlo todo. Eran burócratas del gobierno que tenían miedo
de perder sus puestos de trabajo, pequeños empresarios que tenían miedo de
perder sus empresas, granjeros que tenían miedo de perder sus tierras. Y todos
ellos temían perder su bandera, su himno, su lengua, sus escuelas, su Iglesia
Reformada Holandesa, su rugby. Y, latente, tiñéndolo todo, el temor a una
venganza equivalente al crimen.” (pp. 123-124).
Formalmente (ya no en secreto),
los diálogos entre el Congreso Nacional Africano (CNA, fuerza política encabezada por Mandela)
y el gobierno comienzan en mayo de 1990. Como negociador jefe del CNA se nombra
a un antiguo líder sindical llamado Cyril Ramaphosa, mientras que el gobierno
nombra como su negociador jefe al ministro de Defensa, Roelf Meyer. Al tiempo
que esto ocurría, sale a relucir la que Carlin llama la ‘derecha negra’, representada
en el movimiento zulú Inkatha, encabezado por Mangosuthu Buthelezi. Sobre
ellos, Carlin afirma: “tenían tanto miedo como la derecha blanca de que, si el
CNA llegaba al poder, quisiera ejercer una venganza temible contra ellos.” (p.
141) Más adelante, agrega: “A los seis meses de la liberación de Mandela, los
guerreros de Inkatha habían extendido su guerra más allá del territorio zulú, a
los distritos segregados de los alrededores de Johannesburgo, con ataques
contra la comunidad en general, porque sabían que, en su gran mayoría, apoyaba
al CNA. […] El objetivo estaba muy claro: provocar al CNA para que entrase en
una serie de miniguerras en los distritos y, de esa forma, hacer que el nuevo
orden previsto fuera ingobernable.” (pp. 141-142).
Desde algunos años atrás, se
habían ido realizando acciones y gestiones para boicotear el rugby sudafricano.
Varias campañas se realizaron (en cabeza de Arnold Stofile) para impedir que el
equipo de rugby sudafricano fuera recibido en otros países, como parte de las
giras promocionales que hacía. Esto debido, básicamente, a que el rugby era
visto por la amplia población negra como un instrumento más del apartheid, como
una herramienta para enaltecer los valores de los afrikáners en desmedro del
resto de la población. Sin embargo, es en 1992 cuando se empieza a plantear la
opción de abandonar el boicot al rugby, con la esperanza de convertirlo en
instrumento de cambio positivo. Es por
esto que se realiza en agosto de ese año un partido de reconciliación (primer
partido internacional serio en once años), contra los All Black de Nueva
Zelanda, en el estadio Ellis Park, de Johannesburgo. Sin embargo, el resultado
no fue lo esperado: ondearon banderas del apartheid, se celebró el orgullo
afrikáner y la población negra revivió su rencor contra aquel deporte. Pese a
esto, “sólo cinco meses después del desastre en el partido contra Nueva
Zelanda, Mandela dio a la Sudáfrica blanca el mayor, mejor y más inmerecido
regalo que podía imaginar: la Copa del Mundo de rugby de 1995.” (p. 148). Al
mismo tiempo, De Klerk (presidente que había reemplazado a Botha) anuncia que
habrá elecciones en abril de 1994.
Lentamente van avanzando las
conversaciones entre el CNA y el gobierno. No obstante, en abril de 1993 es
asesinado Chris Hani, líder del Partido Comunista Sudafricano, cuya muerte
habría podido desencadenar una verdadera guerra civil, de no ser por la
oportuna intervención de Mandela, que se dirige a todo el país, a través de los
canales estatales. Es entonces cuando Mandela afirma: “Un hombre blanco, lleno
de prejuicios y odio, vino a nuestro país y cometió un acto tan repugnante que
toda nuestra nación se encuentra al borde del desastre. Una mujer blanca, de
origen afrikáner, arriesgó su vida para que pudiéramos conocer y llevar ante la
justicia al asesino.”
A pesar de que Mandela consiguió
apaciguar los ánimos ante el asesinato de Hani, la derecha blanca siguió en su
intento de organizarse para hacer inviable el nuevo orden que se veía venir. Es
así como a partir de una gran concentración realizada el 7 de mayo de 1993 en
Potchefstroom (una ciudad a 110 km al suroeste de Johannesburgo), se crea el Afrikaner Volksfront, “una coalición
formada por el Partido Conservador y todas las demás milicias. El programa del
Volksfront consistía en la creación de un Estado afrikáner independiente –un
Boerestaat- en un territorio dentro de las fronteras de Sudáfrica. […] En
aquellos dos primeros meses, el Volksfront reclutó para la causa a 150.000
secesionistas, de los cuales 100.000 eran hombres de armas, prácticamente todos
con experiencia militar. ” (pp. 160 - 161).
En agosto de 1993, Mandela
consigue reunirse secretamente con el general Constand Viljoen, quien
encabezaba el Volksfront. Tras tres meses y medio de conversaciones secretas,
llegan al acuerdo de que, en caso de guerra, no habrá vencedores.
Los últimos meses de 1993 y los primeros
de 1994 traen consigo importantes acontecimientos. Para comenzar, se anuncia
que en las elecciones del 27 de abril habrá espacio para todas las razas, por
primera vez en la historia sudafricana. Además, se creó un comité para escoger
un nuevo himno nacional y una nueva bandera. Al mismo tiempo, M. Buthelezi (del
Inkatha) forma una coalición con la extrema derecha blanca, llamada Alianza
para la Libertad. Más adelante, De Klerk y Mandela reciben el Premio Nobel de
Paz, así como presiden la ceremonia en la que quedó aprobada la nueva
constitución de transición del país. A esto, Carlin añade: “El resultado de
tres años y medio de negociaciones fue un pacto por el que el primer gobierno
elegido democráticamente sería una coalición que iba a compartir el poder
durante cinco años: el presidente pertenecería al partido mayoritario pero la
configuración del gabinete debía reflejar la proporción de votos obtenida por
cada partido. Las nuevas disposiciones ofrecían asimismo garantías de que ni
los funcionarios blancos, incluidos los militares, iban a perder su trabajo, ni
los grandes granjeros blancos iban a perder sus tierras. Tampoco habría ningún
juicio al estilo de Nuremberg.” (p. 181).
Pese a los intentos de algunas
facciones de extrema derecha, las elecciones se realizan, dando como ganador al
CNA de Mandela. El 10 de mayo de 1994, quien menos de cinco años atrás fuera un
prisionero del apartheid, considerado por muchos como terrorista de alta
peligrosidad, se posesionaba como presidente. El 24 de mayo siguiente toma
posesión el primer parlamento democrático de Sudáfrica. Sin embargo, hacía aún
falta algo que uniera a la gente, en torno a la idea de nación sudafricana. Es
allí donde el rugby entra a jugar un papel de primera línea.
Los últimos ocho capítulos de
este libro están dedicados a describir, con lujo de detalles, cómo Mandela, de
la mano del rugby (y de los Springboks) conquistó el corazón de Sudáfrica,
tanto negra como blanca, tal como se aprecia en la película Invictus, dirigida por Clint Eastwood, y
protagonizada por Morgan Freeman y Matt Damon.
Como material suplementario a
este libro recomendamos ver el partido de la final de la Copa del Mundo de
1995. Conociendo su contexto se hace mucho más emocionante verlo completo, para
revivir las emociones de un pueblo que ha logrado superar sus diferencias en
pro de la construcción de un gran proyecto nacional sudafricano. El partido
completo puede verse en: http://youtu.be/LmQHWex_UFo
RESEÑA:
Carlin, John. EL FACTOR HIUMANO. Nelson
Mandela y el partido que salvó a una nación. Bogotá, Seix Barral, 2009
[2008]. Traducción de María Luisa Fernández Tapia. 334 págs.
Juan Camilo Biermann Historiador