El 9 de Agosto de 1945, hace 68
años, la Fuerza Aérea de Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa de
Nagasaki la segunda bomba atómica en la historia de la humanidad. La explosión
sobre población civil cobró instantáneamente la vida de al menos 70 000
personas y significó la capitulación inmediata de Japón, hecho que precipitó el
fin de la II Guerra Mundial. Tres días antes había sido detonada la bomba de
Hiroshima y ambas han quedado grabadas en el inconsciente mundial como el
símbolo de la aniquilación total.
Desde entonces, Japón recuerda a
sus miles de víctimas, pero también el mundo vuelve a cuestionarse sobre la
peligrosidad del manejo inadecuado de la energía nuclear. Después de más de
medio siglo de tragedias y tensiones, el tema de la utilización de la energía
atómica sigue generando fascinación y horror, ya que es eficaz y letal al mismo
tiempo. En esta dicotomía eterna lo único que se ha evidenciado es que la
humanidad aún no está preparada para asegurar un uso responsable de esta
energía. Hoy mismo, al llevarse a cabo la ceremonia en memoria de las víctimas
de Nagasaki, el alcalde de esta ciudad nipona criticó severamente el hecho de
que Japón evadió la firma de un compromiso internacional en el que, junto con
otras 80 naciones, se comprometería a “no usar nunca más las armas nucleares”,
justo en el momento en que tampoco se sabe exactamente qué deben hacer con un
reducto de aguas contaminadas de radiación por el reciente accidente de la
central nuclear de Fukushima.
De manera que, una vez más, la
memoria de la destrucción nos debe servir para que nunca más la humanidad pase
de nuevo por un episodio similar.
Desde la Casa de la Historia
hacemos fuerza por la concientización del uso responsable y pacífico de la
energía atómica, que como todos los adelantos técnicos y científicos, debe
estar al servicio de la humanidad.